El nudo americano

22 noviembre 2010 by

 Vuelvo en avión de Buenos Aires, doce horas de vuelo. Otra ocasión de comprobar mi teoría, a falta del dictamen de los psiquiatras de Iberia, según la cual el encapsulamiento a 11.000 pies de altura nos vuelve más receptivos a los estímulos emocionales. Inmovilizados en los asientos anatómicos, empapaditos en licor, aturdidos por el zumbido permanente, los ocasionales zarandeos de las turbulencias y el parpadeo de las señales luminosas: todo conspira para ablandar nuestro ánimo. Por arisca que sea, la azafata se transforma progresivamente en ángel de la guarda y todo pequeño desfallecimiento nos hace anhelar sus cuidados maternales, su femenino consuelo.

(Mejor no someter esta teoría a la prueba de la inversión de sexos: no sé si ellas sentirán lo mismo, pero para mí es una contrariedad que haya azafatos masculinos en vuelos de larga distancia).

La prueba está en las películas. Cuando X confesó sin pudor haber llorado en el avión con El guardaespaldas, de Kevin Costner y Whitney Houston, lo tomamos a chanza. Le hicimos sufrir. Nos ensañamos con él. Pero después de eso empecé a observar que yo también tenía cierta tendencia a amolarme con las películas del avión, y que esa propensión iba en aumento ¿La edad? Es posible. Pero también es el efecto del alejamiento del suelo, del desvalimiento que produce el darse cuenta de que estamos a merced de variables que no controlamos: el comandante, la electrónica del aparato, los slats y los flaps, la clemencia de la naturaleza… ya saben, esos elementos que componen la sociedad del riesgo de Ulrich Beck y que nos hacen sentirnos cada vez más solos.

Me convencí por completo con Mamma mía, en un viaje, creo, a Filipinas. La ví de ida y repetí de vuelta y después de terminada seguía buscando los mejores números para verlos otra vez ¿Cómo resistirse a los ojos acuosos de Amanda Seyfried al cantar Honey honey? ¿Cómo negar la evidencia de las letras de ABBA: I believe in angels, something good in everything I see? Si alguna vez los psicólogos de Hollywood tipificaron las circunstancias ideales para que sus películas conmuevan al espectador, seguro que fueron las de un largo trayecto en avión, que tanto tienen en común con las de una sala de cine. No hay mejores condiciones para quedar atrapados en la trama, para tragarnos los trucos del realizador y caer en sus trampas emocionales que las de una cabina de avión de madrugada.

Esta vez ponían SALT. Nada: mucha persecución y poco argumento. La CIA, los rusos, agentes dobles, América en peligro ¿Imposible llorar? Quía. Para eso está lo que yo llamaría el nudo americano, porque lo inventaron allí, suele ser pequeño, tiene forma de nudo y si está bien hecho, se te forma en la garganta justificando una película por insustancial que sea. En SALT, el nudo americano son los sentimientos de la protagonista hacia su marido a quien tuvo que seducir por necesidades del servicio: como famoso aracnólogo tiene acceso fácil a cualquier país del mundo incluida Corea del Norte. Sí, ya se, pero no importa. Lo que importa es que Angelina Jolie, entrenada en Rusia de niña para atentar contra Estados Unidos 25 años después, cambia de bando y termina salvando a América porque se siente amada. Y lo que toca la fibra es que una máquina perfectamente programada como ella tiene un talón de Aquiles y ese es la devoción y la confianza que le profesaba su marido, un aracnólogo alemán. El amor vence a la ideología. No es más que alguna pequeña cuña entre persecución y persecución, un flashback rápido y tierno, un nudo que va encadenando secuencia y secuencia y que te ata a la película. Es el nudo americano.

 Una pequeña mención, ya que salió Amanda Seyfried. Qué decepcionante, en el viaje de ida, su Cartas para Julieta. Qué cursilada facilona e inverosímil, por muy interesante que se ponga Vanessa Redgrave y por mucho que Amanda explote su sensualidad con anchos escotes y finos tirantes. Y aún así ¿Cómo es posible entonces que el beso de amor, por fin, entre los dos enamorados pueda arrancar un temblor, una furtiva lágrima a un tipo duro como yo?

Todas las imágenes tomadas de Internet. Los vídeos, de YouTube. La nevada de jacarandas, de http://aguadeazucena.blogspot.com/. La foto de Amanda Seyfried, de un lugar de cuyo nombre no me acuerdo, y por desgracia no he encontrado una foto de Angelina Jolie niña vendada en Salt, la imagen que tan bien expresa el adoctrinamiento utilizando medios emocionales.

Los otros

26 May 2010 by

Otros que la han visto –Los otros de Alejandro Amenábar– aseguran que adivinaron enseguida el desenlace de la película. No fue mi caso y eso que  hacía tiempo que había leído, con fuerte impresión, Otra vuelta de  tuerca de Henry James, una espeluznante historia de terror de niños perfecta para ser contada en la penumbra de una casona de pueblo, a ser posible en un solitario fin de semana de invierno. Allí sigue mi ejemplar, en el cajón de la mesita de noche del cuarto de las dos camas, junto al desván.

Quizá atenazado por el suspense y pendiente sólo del próximo susto (y de la bella Nicole Kidman antes de que el botox la convirtiera en un muñeco inexpresivo) no caí en lo que luego se hace evidente: la casa está habitada por fantasmas, es cierto, pero los fantasmas no son los otros, esos recién llegados que empiezan a aparecerse a los niños, sino la madre y sus dos hijos y los sirvientes que no saben cómo contarles la verdad. Hacia el final las piezas van encajando: el aislamiento del mundo exterior, la ausencia prolongada del padre que estaba en la guerra, la soledad de la madre y el cuidado obsesivo, casi sádico de la enfermedad fotofóbica de sus hijos, los otros habitantes del caserón que hacen espiritismo contra las apariciones hostiles, el descubrimiento de las lápidas en el jardín…

Como Nicole Kidman, tardé en darme cuenta de que no eran ellos, sino nosotros, los ausentes. Ellos habían desaparecido de nuestra vida cotidiana y vivían en la memoria como si se hubieran parado en el tiempo, mientras sus vidas continuaban en el lugar de siempre. Les esperábamos añorantes pero dueños de nuestro mundo y, al venir a vernos de tarde en tarde, por separado o en pequeños grupos, era como si fueran ellos los que volvían a casa. En realidad, fuimos nosotros quienes al regresar de aquel largo periodo en el extranjero nos aparecimos, convirtiéndonos en intrusos sin saberlo, almas en pena que invaden la vida de los demás creyendo que son ellos, los otros, los que deben seguir siendo los de antes.

Es útil saber todo esto para aprender cuanto antes a convivir con los vivos, como explica finalmente el ama de llaves a la señora Stewart (Nicole Kidman), y tratar de no hacerles la vida imposible. Es la única manera de alcanzar el descanso eterno.

Ilustraciones: Portrait of a child, de Nicolas Gysis (o Nikolaos Gyzis), portada de la edición de The Turn of the Screw que leí, de Oxford University Press; Nicole Kidman, Alakina Mann y James Bentley en Los otros, de Alejandro Amenábar (2001); Fachada en Willemstraat, La Haya; Fachada en la calle Guerrero y Mendoza, Madrid.

Conciencia transcultural

21 marzo 2010 by

A Teresa Gutiérrez del Álamo, que me dijo que mi blog era un auténtico petardo. ¡Va por usted!

Dió en el clavo Santiago Tamarón cuando me recomendó la lectura de Kim. Explicábale yo el proyecto en el que ando metido, sobre Cross Cultural Awareness, un nuevo concepto con el que el mando aliado intenta suplir la falta de conocimiento sobre Afganistán. Con su invencible voluntarismo, los estadounidenses esperan que unas sesiones de formación y una actitud comprensiva sean suficientes para que las fuerzas de ocupación conozcan mejor el «terreno humano», con el fin de poner de su parte a la población civil y dominar a la insurgencia. Quizá tengan razón. Al menos habrá que intentarlo. Para los europeos, que tienen más reciente el pasado colonial, la cosa no es tan evidente. Un funcionario colonial podía pasar la mayor parte de su carrera en la India o Vietnam y adquirir apenas un conocimiento somero del entorno, la lengua local, los códigos de comportamiento, los resortes del poder. ¿Cómo lo van a igualar soldados destinados por periodos de seis meses o un año, cuando sólo salen de sus acuartelamientos para montar en los vehículos blindados o patrullar con sus armaduras modernas, aislados del entorno con sus gafas negras, sus auriculares y sus micrófonos? En estas condiciones, el contacto con la población no pasa de ser otro protocolo, otra regla de enfrentamiento.

Todo lo que se necesita saber sobre los dilemas de gobernar sobre culturas ajenas se encuentra en esta novela de Rudyard Kipling, publicada por primera vez en 1901. Kimball O’Hara, el protagonista, es un huérfano británico educado en la calle como un pícaro de baja casta. En su apariencia externa es indistinguible del enjambre de niños no escolarizados de Lahore pero posee una singular seguridad en si mismo debido a que es inglés y a una superior inteligencia. La aparición de un hombre santo procedente de las montañas cambia su vida. En su peregrinar como chela del lama, Kim es captado por los servicios de inteligencia británicos y enviado a una escuela católica. Es el espía ideal: leal como un inglés y criado como un indio, formado y entrenado como un occidental y capaz de mimetizarse entre la población. Muy pronto se plantea el conflicto entre el origen británico de Kim y el futuro profesional que se abre ante él como funcionario al servicio del imperio, y la poderosa llamada de la India.

La novela está llena de alusiones al dilema que nos ocupa. Sólo citaré una, que Kipling pone en labios del personaje de la deslenguada viuda que protege al lama y a Kim, cuando se refiere a un funcionario local. «Son los de esta clase quienes deben velar por la justicia. Conocen el país y las costumbres del país. Los otros, todos los recién llegados de Europa, amamantados por sus madres blancas y que aprenden nuestro idioma en los libros, son peores que la peste. Ellos sí que perjudican a los reyes». Por no hablar de la actitud irrespetuosa con el lama de la pareja ruso-francesa que con su aparición ilustra el «Gran Juego» o disputa por el control de Asia central. Kipling, hijo de un funcionario imperial británico, nacido en Bombay, educado en la metrópoli y retornado a la India a los 18 años para trabajar como periodista, representa lo que Edward Said, en su introducción a la edición que he leído (Mondadori, 2007; el copyright de Said es de 1997), describe como la «orientalización» del gobierno de la India en la fase tardía del imperio británico.

Lo que hace especial a Kim, no obstante, es mucho más que esto. Está en la mirada del autor: la construcción de sus personajes mediante sus actos y los diálogos precisos, llenos de gracia y humor. La narración de aventuras de escala humana, que podría recordar a Baroja, al igual que su forma imperfecta, pero llena de fuerza, de escribir. La recreación del conflicto entre autoridad y juventud, entre gobierno civilizado y desorden oriental. La emoción sencilla con que están descritas las relaciones entre los personajes, y sobre todas ellas, la que se establece entre el lama y Kim. En definitiva, su «gran mérito estético». Hasta Edward Said, tan crítico con el racismo y el imperialismo del autor -o, extrañamente, con la ‘abrumadora masculinidad’ de la novela, como si la literatura también tuviera que tener cuotas de personajes femeninos; solo le falta a Said decir que entre don Quijote y Sancho existe una soterrada tensión homosexual-, reconoce el respeto sincero que muestra Kipling por la peregrinación del lama y su ascendencia espiritual.

Ilustraciones: Al buscar imágenes de Kim en Internet me sorprende esta portada de Penguin, que subraya la britanidad del protagonista, al contrario de la mayoría de las imágenes que lo representan como un muchacho hindú de baja casta, incluyendo la película de Víctor Saville con Errol Flyn y un precoz Dean Stockwell. El retrato del lama es de una edición de Kim fechada en Nueva York, 1901, el año en que apareció, escaneada por Google books de un ejemplar de la Harvard College Library. A propósito de ilustraciones: en una de las páginas en blanco preliminares figura una esvástica impresa con la firma manuscrita de Rudyard Kipling dentro de un círculo: un símbolo que el autor utilizó hasta que fue adoptado como emblema del partido nazi en los años 20 y que representaba el aspa del tiempo, la rueda de la vida en las viejas civilizaciones indoeuropeas a la que el lama se refiere a menudo.

Y me despido con una evocación de la India en la increíble voz de Lata Mangeshkar.

Atenas

22 noviembre 2009 by

Casa en PlakaDos personas me hicieron parecida broma en Atenas: el taxista me ofreció conducir como diciendo que nunca encontraría mi destino y Spyros me preguntó cómo llegar a mi hotel cuando me llevaban de vuelta. El tema es el caos urbanístico y circulatorio, los secretos que la ciudad laberinto oculta al visitante y sólo puede dominar el aborigen. Sin embargo, Atenas no me sorprendió ni me decepcionó por eso: ya sabía por mi tío Pablo del carácter ‘oriental’ de la ciudad y sus habitantes. Al contrario: el hotel está en un barrio apacible, en las pendientes de la Acrópolis, donde abundan los jardincitos y las casas individuales. Es una delicia pasear por ellas en mangas de camisa, en un noviembre inusualmente templado.

Pero ¿qué es eso de ‘oriental’? También María utilizó el adjetivo para referirse a la dependienta, manos llenas de pulseras y anillos, que nos sirvió los sabrosísimos pistachos y los empalagosos lokum. Apelación a los sentidos, recargamiento en el adorno, gusto por lo excesivo, tendencia a aparentar, separación de lo público y lo privado, ilusionismo e informalidad, desorden casi voluntario. Y sin embargo, allá arriba, la presencia permanente del símbolo primero del orden y la armonía, de los fundamentos racionales de Europa. Cuando llegué a mi hotel, nada tenía que ver con las fotos suntuosas  de sus cuartos, salones y piscina en Internet. Probablemente no merecía las cinco estrellas de que presume pero, cuando salí al balcón de mi habitación en el sexto piso, además de las azoteas de una ciudad mediterránea abigarrada y fragante, al estirar el cuello con emoción lo ví y allí estaba, iluminado en lo alto del monte sagrado: el Partenón.

Otro día contaré, puede que cuente cómo Armando nos llevó a La Cubanita -otro secreto ateniense- en una jornada homérica, paradas, secuestros y naufragios incluidos. Tal vez fueran años los que pasaron desde que salimos del hotel hasta que fumamos el último cigarrillo en la puerta, antes de subir a la habitación. La visita en grupo al museo nuevo, el ascenso frustrado (por culpa de una huelga), ya en solitario, a la Acrópolis, el largo paseo por el centro: las ruinas omnipresentes, la banda en la plaza, el mercado central, los nostálgicos edificios neoclásicos, el encuentro final con los compañeros de trabajo y las cervezas en la terraza. O el trayecto nocturno a Filocei, con un reencuentro familiar entrañable (y más belleza oriental, la de mis primas y sobrinos): otro paréntesis onírico, otro sueño dentro de un sueño, un cuento dentro de un cuento, un viaje dentro de otro viaje.

 

Imágenes: 1) Casa en Plaka. 2) Vista del Partenón desde la calle Parthenonos, 6º piso. Fotos realizadas con un Nokia 5530 en noviembre de 2009.

Itamaraty y la bossa nova

31 octubre 2009 by

Portada de All in one, próximo disco de Bebel Gilberto (febrero 2010)

Bebel Gilberto no tiene una voz excepcional ni compone canciones indiscutibles. En sus discos sobresalen sobre sus temas las versiones de clásicos brasileños o de estándares del jazz. Tampoco tiene una belleza deslumbrante, ni es alta ni tiene buen tipo. Pero sobre el estrecho escenario de la sala Heineken (Madrid, martes 27 de octubre) consiguió enamorar al público con sus poses y mohines, su forma de moverse y la suave fusión que hace de música popular brasileña y electrónica.  Al menos, consiguió enamorarme a mí.

Bebel es depositaria de la legitimidad de uno de los pioneros de la bossa nova, Joao Gilberto, el bahiano que llegó a Río de Janeiro con 18 años y una obsesión: crear una nueva forma de tocar la guitarra y conseguir el sonido perfecto, sin estridencias ni reminiscencias del melodramático bolero o el exotismo algo impostado de Carmen Miranda. Ella es hija del matrimonio de Joao con Miucha, su segunda mujer después de Astrud Gilberto (quien triunfó cantando bossa nova en inglés con Stan Getz). Para ver a padre e hija cantando (deliciosamente) juntos: http://www.youtube.com/watch?v=0Hx21knmj7w.

Todo esto lo he aprendido en Bossa Nova: La historia y las historias (Turner, 2008), del periodista brasileño Ruy Castro (y a base de considerables dosis de bossa nova oída en mi iPod camino de la oficina). Los primeros acordes grabados de la bossa nova los tocó Gilberto acompañando a Elizete Cardoso -una diva de la ‘vieja guardia’- en Chega de saudade, un tema compuesto por Tom Jobim y Vinicius de Moraes, otros dos de los fundadores del movimiento. La ‘nueva maña’ nació en los barrios acomodados de Río de Janeiro, entre conciertos universitarios y clubs de fans de la música popular previa al rock: Frank Sinatra, Stan Kenton, Sara Vaughan…

La consolidación de la bossa nova ocurre cuando triunfa fuera de Brasil, en Europa y Estados Unidos. Las discográficas, los ojeadores extranjeros se hacen fácilmente con derechos de autor que luego dieron rendimientos millonarios. Los músicos estadounidenses van a Brasil y en las fiestas privadas, después de sus recitales, quedan pasmados por la calidad y la frescura de aquel brasilian jazz. Se organizan giras, grabaciones, un famoso concierto en el Carnegie Hall. El climax del éxito se produce cuando Sinatra, el ídolo de toda una generación, llama a Jobim para grabar juntos un disco memorable: http://www.youtube.com/watch?v=B2UYVvkpYRo&feature=related.

Además de poeta y bohemio, Vinicius de Moraes era diplomático. Por lo visto él tuvo algo que ver en que los servicios culturales de Itamaraty, el ministerio de relaciones exteriores brasileño, subvencionase el disco de Cardoso con la finalidad de promocionar la cultura brasileña en el exterior. También prestó Itamaraty ayudas a músicos para viajar a Estados Unidos. ¿No era la bossa nova una buena tarjeta de presentación para un país en proceso de modernización y mayores aspiraciones (el eterno país de futuro)? Ahora que Brasil parece que va en serio, merece la pena recordarlo. Y preguntarse con algo de masoquismo y melancolía (que no saudade): ¿ha dado España al mundo algo comparable a la bossa nova en originalidad y universalidad en los últimos 50 años?

Con la diplomacia cultural hemos topado de nuevo: esos fondos exiguos de los ministerios de asuntos exteriores para actividades culturales, tan denostados por frívolos o inservibles, obran prodigios de cuando en cuando.

271020091215 Bebel Gilberto

 

 

 

Imágenes: 1) Portada de All in one, próximo disco de Bebel Gilberto (febrero 2010). 2) Foto tomada en el concierto de Bebel Gilberto en la sala Heineken de Madrid, 27/10/2009, con un Nokia 5530.

Primicia

25 octubre 2009 by

Scoop¿Los británicos usan su ‘poderío’ donde otras naciones usan la ‘fuerza’?

» I have [a message to the English public]. It is this: Might must find a way. Not ‘Force’, remember; other nations use ‘force’; we Britons use ‘Might. »

Me intriga el significado de estas frases de Evelyn Waugh en Scoop, su divertidísima novela sobre el periodismo. Se las dice Mr Baldwin, el misterioso capitalista que maneja hábilmente el golpe de Estado en un imaginario país africano con el resultado de que la Gran Bretaña mantiene su influencia en él, a William Boot, el redactor de columnas sobre la vida en el campo que por error es enviado como corresponsal al mismo país. ¿Sobre qué ironiza el gran ironizador Waugh? ¿Sobre la extraordinaria capacidad de los ingleses para el manejo de la comunicación pública, que hizo que su hegemonía mundial -heredada por los estadounidenses- resultase benévola e incluso deseable? ¿Sobre la carga de hipocresía que ello encierra? Al fin y al cabo, es preferible ejercer el dominio mediante la superioridad comercial y el control de las rutas marítimas que mediante la fuerza bruta. Mejor la hipocresía imperial que la barbarie y el conflicto permanente, cabría argumentar. Siempre que los negocios queden a salvo. Waugh no deja títere con cabeza. La elite londinense de damas influyentes y sus ambiciosos protegidos, de presuntuosos políticos y dueños de periódicos; los izquierdistas de salón que evitan ser corteses con el proletariado porque así se reafirma el capitalismo; los supuestos revolucionarios africanos… y sobre todo la profesión periodística y la forma de perseguir ‘primicias’, entre la casualidad y la falta de escrúpulos. Sólo se salvan la ingenuidad y la indiferencia por lo material de Boot y su familia de orgullosos propietarios rurales de noble y antigua estirpe en la que predominan los solterones excéntricos, incluido él mismo.

 

Imagen: portada de la edición de Scoop en Penguin Books (Londres, 2003) que he leído. En ella sólo he encontrado la procedencia de la foto: Hulton Archive http://tinyurl.com/ygrotob.

Obama y Jardiel Poncela

15 octubre 2009 by

59905

No me indigna el premio, sólo me parece una memez luterana. ¿Me libro de ser malo?

13/10/2009  – 11:23:50h. Qué alivio

59907

¡¡No, no se libra usted!! ¡¡Ese premio hay que aplaudirlo, por lo que pueda Él hacer en el futuro!!

13/10/2009  – 11:28:37h. librador

59909

Líbreme Vd al menos de ser facha o neocon. Me irrita sobremanera que se me peguen esas etiquetas.

13/10/2009  – 11:41:50h. Gracias!

59910

Quisiera hacerlo, amigo, pero no puedo. Si no aplaude usted el premio, al menos es neocon. No digo yo que facha. Lo siento.

13/10/2009  – 11:48:08h. librador

59916

¡Aplaúdolo entonces! Pero como se aplaude una pirueta infantil mal resuelta pero enternecedora. Todo con tal de no ser neocon.

13/10/2009  – 12:21:07h. Con se puede?

59917

¡¡No, no lo haga usted!! ¡¡Es peor que neocon!! ¡¡Mucho peor!!

13/10/2009  – 12:26:09h. librador

59918

¡Lo que Vd diga! (Mutis resignado)

13/10/2009  – 13:20:29h. Penitente
 
 

The Nobel Peace Prize MedalEl diálogo que reproduzco no es que tenga pretensiones jardelianas, pero la verdad es que me hizo gracia. Procede del «Participa» de El País, sección «Las frases de los lectores» / «General», donde suelo intervenir con distintos seudónimos. Es un foro con un límite de 200 caracteres por entrada. Un buen entrenamiento para el Twitter que vino después. Está moderado y por lo tanto no hay grandes salidas de tono. Predominan los comentarios políticos, sobre todo contra la derecha española aunque también hay críticas al gobierno socialista. Pero allí se habla también de lo humano y lo divino e incluso se encuentran frases realmente ingeniosas.

Prometo que somos dos los que hablamos, sin conocernos. Hay que agradecer al moderador del periódico que lo publicara casi en tiempo real. Espero que a mi corresponsal no le importe que lo reproduzca, puesto que es anónimo. Él firma siempre «librador». Soy yo quien empieza el diálogo firmando «Qué alivio» y luego cambiando de firma. Hago alusión a una columna firmada un par de días antes por Lluís Bassets sobre la concesión al Presidente Obama del Nobel de la Paz (http://tinyurl.com/yjwnhdv).

El autor se va por la tangente, distrae la atención del desconcierto producido por el premio en las filas filo-obámicas por el procedimiento de cargar contra los anti-Obama: «Destaca, sin embargo, la lista de los indignados por el premio, mezclados enemigos y adversarios de todos los extremos, desde los talibanes y Hamás hasta los halcones israelíes, los amigos de Aznar y Bush, neocons, teocons y cons.» Las votaciones de los lectores en el propio El País (mayoritariamente en desacuerdo con el premio), los comentarios en las secciones de participación y las opiniones de los columnistas de izquierda, centro y derecha, en gran parte contrariados por el premio, contradicen esta afirmación. A pesar de todo, Bassets ha sentenciado: si el premio te indigna quedas estigmatizado con todas esas terribles etiquetas. Pero ¿y si no te indigna y simplemente te parece inane?

 

Imagen: Anverso de la medalla del Premio Nobel de la Paz http://nobelprize.org/nobel_prizes/peace/medal.html

The Storyteller

20 diciembre 2008 by
storyteller3Recibo reproches por exhibir en este blog una vida tan interesante. Esta cursiva, por cierto, me recuerda a las colecciones de Richard Crompton o Enid Blyton, donde se utilizaba para reflejar el énfasis en los diálogos juveniles: ¿habría cursivas con el mismo propósito en los originales en inglés? ¿es una particularidad de la manera inglesa de hablar el inglés?. Vaya, ahora que lo pienso el éxito mundial de Harry Potter tiene precedentes. Y de ingleses y su talento para la producción artística va esta entrada.

El caso es que mi vida es, well, very interesting. Cuando no sobrevuelo los Andes, estoy atravesando los suburbios de Cebú en jeepney o visito Los Pinos, la residencia del presidente de México. Por no hablar de Valladolid o Pamplona. Y entre viaje y viaje, cuando falta la acción, mi vida es todavía más interesante gracias a los libros, las películas o los discos.

Desde hace unos días no puedo dejar de escuchar «The storyteller», de Ray Davis. Es la reedición (2006) de un disco de 1998 grabado en directo durante una gira. Era un espectáculo con un hilo argumental autobiográfico, que remite a unas memorias de la voz cantante de los Kinks publicadas en 1995 (X-ray). Alternando diálogos y canciones (la mayoría, versiones acústicas de clásicos del grupo), va hilando sus comienzos en la música, desde que su hermano David (quien tocaba la guitarra tal como hablaba) y él compran en la tienda de la esquina su “little green amp” hasta que graban “You really got me”, señalado por muchos como el origen del hard rock.

Hay diálogos muy divertidos, como el que cuenta la selección del batería del grupo, un muchacho muy formal y recomendable, como un boy scout. Pero ¿porqué se presentó a la prueba con el uniforme de boy scout? Al ver a los Davis vestidos de Carnaby St y melenas cardadas, Mike Willet quiere dejar algo claro antes de unirse al grupo: él tiene novia y es “straight”. Menos mal: en toda banda de rock, y especialmente a la batería, hace falta alguien con una clara imagen masculina.

Otro es el que describe a los agentes del grupo: Robert y Grenville, los fan-managers pijos e inexpertos, y Larry, who spoke in a slow, deliberate way. Es notable cómo se burla de ellos sin ser ofensivo, casi diría cariñosamente. Miguel de Avendaño, mago de los apellidos y las genealogías, me los encuentra rápidamente en internet. Sus nombres son reales pero ¿lo son los episodios? Da igual. El relato es verosímil y cuenta lo esencial, supongo. Poor Miguel: es inútil corresponder a su ayuda dejándole el disco porque no soporta esa música “que altera los nervios”. Ni siquiera aprecia una canción dedicada a la reina Victoria: “…form the West to the East, from the rich to the poor, Victoria loved them all…”

Quién fuera un contador de historias tan diestro como Ray Davis, que iba para director de teatro. En una noche de chimenea y risas, un buen amigo le cuenta un cuento que un vagabundo le contó y ahora él nos lo pasa a nosotros tal como lo oyó. Aunque nadie quería creerle, él jura que es verdad y le pide que la cuente a otra gente. Por la mañana su amigo se ha desvanecido ¿Fantasía o realidad? ¿Quién lo puede decir? Es una historia del siglo veinte. Yo, al menos, quiero creerle.

Lección útil para el tema de esta página: la educación artística es conveniente si se quiere que los “yacimientos de creatividad” sean productivos y que den frutos de calidad. Sin eso, no hay industria ni proyección cultural que valga.

 

Imagen: Portada de “The Storyteller” bajada de http://www.amazon.co.uk.

 

 

 

El catire

30 noviembre 2008 by

la-catira-4Me dicen los escasísimos seguidores de este blog que mis entradas son demasiado largas para el medio en el que están escritas y sus improbables destinatarios. He calculado que vienen rondando las 900 palabras. Vamos a probar a hacerlas de 500 como máximo. Me cuesta imaginar cómo podré resumir esta, que relata un ciclo de lecturas venezolanas.

Gregorio, un hombretón de ancho cráneo, rostro pálido y abundante pelo entrecanoso cortado a cepillo, confirma durante la cena, en San Rafael, que él para los venezolanos es un catire: el hombre de tez clara, a menudo rubio y de ojos claros. En femenino: la catira. Su mujer, Zoraida, no conoce la novela de ese título de Camilo José Cela. Ivanosca sí, claro: nunca la leyó pero la imagen que tiene de ella es nítidamente negativa. Tampoco Marina la leyó pero sabe situarla en el contexto de la presidencia de Marcos Pérez Jiménez.

Estas tres treintañeras afincadas en España recelan de las reacciones ante su procedencia venezolana, se ve que vacilan al confesarla. Será que aún colea el «porqué no te callas». Puede que hayan tenido que soportar algún comentario impertinente. Su percepción (con grados distintos de conocimiento) de la obra de Cela es significativa. O dejó mal recuerdo como novela venezolana fallida, o se asocia a un episodio no muy edificante de las relaciones hispano-venezolanas, o se ha olvidado por completo.

Todo empezó cuando le dieron un premio a Historia de un encargo: ‘La catira’ de Camilo José Cela. Literatura, ideología y diplomacia en tiempos de la Hispanidad», un ensayo de Gustavo Guerrero, profesor venezolano que da clase en la Universidad de Amiens. Juro que no sabía, cuando me hice con el libro, que citaba en la bibliografía mi gran clásico De Bogotá a Rosario: la lengua española y la política regional de España hacia América Latina. Pero me hizo tanta ilusión encontrarme a pie de página que no puedo resistirme a compartirlo con mis dos o tres lectores.

El libro cuenta una historia apasionante de viajes, literatura y diplomacia. En el debe: cae en algunos tópicos al emitir juicios sobre regímenes de otros tiempos y sus intelectuales, como si necesitara justificarse por estudiar este tema, con personajes tan reaccionarios, y no otro. Hay también algunas afirmaciones tal vez no falsas pero incompletas: por ejemplo, no todo el discurso de la «subalternidad de la cultura latinoamericana» ni todas las retóricas hispanoamericanistas proceden de «las más agresivas derechas españolas de los años treinta».

Conferenciante viajero por cuenta de lo que hoy llamaríamos la ‘diplomacia cultural’ española, Cela recibe en Venezuela el encargo oficial de escribir un libro que, emulando a Brasil, país del futuro de Stephan Zweig (entre otros), promueva la imagen de Venezuela en el mundo y anime a colonos, turistas e inversores a acudir en gran número. Vamos, lo que hoy hacen las film commissions como la que hizo posible que Woody Allen filmara su Vicky Cristina Barcelona en la ciudad condal. 

La novela de Cela es un pastiche lingüístico que tuvo buenas críticas en España, pero amargas o burlonas en Venezuela, que enseguida se entreveraron con la oposición a la dictablanda de Pérez Jiménez y sus relaciones con el régimen de Franco: dos regímenes autoritarios que en los años 50 entraban en fase de optimismo desarrollista. Su supuesta transcripción fonética del habla llanera es penosa de leer. El esfuerzo filológico de Cela, su lista de venezolanismos, se vuelve inane con el tiempo.

(A este ciclo de lecturas, aunque no exactamente por venezolana, pertenece Tirano Banderas, de Valle Inclán: otro ejercicio de recreación del habla hispanoamericana pero de otra naturaleza, porque no pretende ser preciso ni exahustivo; allí hay giros y expresiones de toda América puestos con un ingenio extraordinario. Además de inaugurar el género de la novela de dictador, Valle Inclán hace un retrato cruel y esperpéntico del tirano prototípico y de los personajes que giran en torno a él: el consejero adulador, el gachupín avaricioso, el revolucionario de pacotilla, el diplomático con debilidades, etc.)

Pero el libro tiene el ritmo y la economía expresiva, la contundencia de los diálogos que se encuentra en las mejores novelas de Cela. Aquí y allá salta la chispa de ingenio, arrancando la sonrisa, la risa incluso. Las interpretaciones que recoge Guerrero, incluyendo las suyas, examinan la novela por todas partes y muchas aciertan, iluminando plenamente la obra, ayudando a entenderla y poniéndola en su sitio como encargo fallido. La más convincente es la del novelista venezolano Guillermo Meneses, que por ese entonces ocupa un puesto diplomático en Bruselas y que publica un artículo sobre La Catira en dos partes en El Universal de Caracas, en verano de 1955. Después de ironizar por algunas reacciones ofendidas a la novela de Cela (que tiene un personaje homosexual, por ejemplo), Meneses argumenta que, precisamente por llamar a las cosas por su nombre, por ser tan directo su lenguaje, La Catira no puede ser aceptada como una novela venezolana. En otras palabras, que Guerrero no usa, quizá porque como venezolano no es amigo de los enunciados directos (siguiendo el razonamiento de Meneses): Venezuela es entonces más conservadora artísticamente que España –al menos en lo que afecta a las formas y a las convenciones sociales–. Esta distancia cultural entre España y América se hace evidente, según Meneses y Guerrero, en la relación de los autores americanos con el lenguaje y su actitud ante la coexistencia de diferentes registros: culto, popular…. El problema literario de La Catira se resume en esta frase de Meneses: «…esa intención filológica destruye casi las más poderosas y limpias escenas de la novela».

Es cierto, pero yo creo además que la intención artística de Cela fue genuina y que el menosprecio con que la trata Guerrero a veces es excesivo e injusto, y está influido por el contexto político. Tal vez pensaba Cela que con ese ejercicio enriquecía lo que quizá le pareció una trama en exceso folletinesca; quizá movido por el sentimiento de no merecer su novela, sin ese trabajo, el generoso contrato ofrecido por los venezolanos. En la trama, sencilla y  lineal, creo yo ver una novela, o mejor, una película del oeste: un relato épico al estilo de los de John Ford o William Wyler. El relato de los pioneros en los grandes espacios de América, que atan su destino a la tierra y forjan carácter inflexible, necesario para doblegar al adversario e imponerse a la naturaleza salvaje. Un cuadro épico con detalles de humor y humanidad, con personajes retratados con dos pinceladas estereotípicas como los irlandeses de John Ford.

dona_barbara_movie_posterCada uno lee sus libros con ojos distintos, a través de las lecturas e imágenes propias. Como novela, prefiero La Catira a Doña Bárbara, la novela clásica sobre el llano venezolano con cuyo autor, el que sería presidente Rómulo Gallegos, se medía o pretendía medirse Pérez Jiménez. Esta ha sido mi tercera lectura venezolana. Doña Bárbara es deudora de la novela decimonónica, aunque fue publicada en 1929. No tiene alardes de estilo ni retratos inolvidables ni originales soluciones narrativas, pero hay poéticas descripciones del llano y enérgicas escenas con personajes de rompe y rasga. Tiene la virtud de retratar -o intentar retratar- el alma de una nación y su principal batalla en ese momento a los ojos de su autor: la civilización contra la barbarie. No es una gran novela, pero es la novela venezolana más que ninguna otra. Una novela de ideas, que contrasta con la de Cela por su decidida toma de partido: «lo que en Gallegos es denuncia, en Cela aparece como una prueba objetiva» dice Manuel G. Cerezales en Informaciones, en una de las pocas reseñas negativamente críticas que aparecieron en España. Yo añadiría que las condiciones de vida en el llano, el estado de naturaleza que simbolizan son, más que retratadas objetivamente, admiradas secretamente por Cela, quien por cierto planeaba más novelas sobre distintas regiones de Venezuela como se sabe por la correspondencia con sus mecenas venezolanos.

Después de Doña Bárbara no tuve más remedio que leer Las lanzas coloradas (1931), primera novela de Arturo Uslar Pietri, que andaba por casa: un arranque prometedor pero en balance un relato previsible, reiterativo y algo inexperto. Otro autor metido en política, otra obra llena de ideas políticas como la de Gallegos (pero no la de Cela), en este caso aplicadas a la guerra de independencia: españoles, criollos, revolucionarios y esclavos. Destellos de vigor estilístico. La colección Catorce cuentos venezolanos, del mismo autor, que también está en casa (aquél era de la biblioteca de Isabel, éste de la mía) es irregular pero se advierte un mayor dominio narrativo. Lástima que la edición (Revista de Occidente, 1969) no indique la fecha de cada cuento.

Ante las protestas de Ivanosca por esta selección que a sus ojos no hace justicia a la literatua venezolana, anoto su última recomendación: Francisco Herrera Luque (Caracas 1927-1991) tiene, me dice, interesantes ensayos y novelas históricas, como Boves, el Urogallo: muy recomendables «ahora que estamos de Bicentenarios». Puede, por tanto, que este ciclo de lecturas venezolanas no acabe aquí…

hyde-white ¿Lo ven? Al final, he superado de lejos las 500 palabras. Y aún se me ocurre un colofón, ahora que después de varias semanas termino esta entrada, ya que hablamos de diplomacia cultural. Anoche veo en la tele, después de muchos años, El tercer hombre de Carol Reed. La experiencia de la vida hace ver cosas que otrora pasaron inadvertidas. Un encantador Wilfred Hyde-White encuentra al ingenuo Joseph Cotten cuando la policía militar británica lo quiere despachar de Viena. Al enterarse de que es escritor, aunque de novelas baratas y apenas conocido –solo el sargento Paine (Bernard Lee), inseparable acompañante del mayor Calloway (Trevor Howard), ha leído alguna de sus novelas–, Crabbin (Hyde-White) lo ficha rápidamente para una conferencia dentro del programa de «propaganda por medio de actividades culturales». La secuencia de la conferencia es memorable: el público vienés va desertando a medida que comprueba que Holly Martins (J. Cotten) no tiene opinión sobre el malestar existencial, no sabe quién es James Joyce y confiesa sin pudor que su principal influencia literaria es Zane Grey, ante la desesperación de Crabbin.

Una mirada irónica sobre la diplomacia cultural de posguerra sobre la que tanta tinta sesuda ha corrido.

 

Imágenes: 1) Portada de la edición de La Catira, 1955, Editorial NOGUER, Barcelona 1955. Con dibujos de Ricardo Arenys, un gran ilustrador con afición por los caballos; encontrada en eBay. 2) María Félix en el póster de Doña Bárbara (1943), largometraje de Fernando de Fuentes, encontrado en Google Imágenes. 3) Retrato de Wilfred Hyde-White, el optimista diplomático cultural de El tercer hombre, encontrado en www.fancast.com a través de Google Imágenes.

La lección de asante

22 octubre 2008 by

Domingo 19 de octubre. Volvemos del cine con los niños. Tropic Thunder es una tontería con alguna gracia. El verano se alarga en Madrid. Las noches son todavía templadas y la gente se queda en la calle hasta tarde. En la sierra ha llovido todo el fin de semana, a ratos con furia, a ratos en forma de sirimiri. Hay niebla en el Alto de los Leones. En la vertiente segoviana, la tierra huele a húmedo. A la puerta de la residencia, armados con cestas de mimbre y chubasqueros de circunstancia, forman los buscadores de setas para salir de expedición.

La Casona del Pinar no puede ocultar que perteneció a Educación y Descanso -la obra cultural y recreativa de los sindicatos franquistas-. El recinto, en una ladera umbría de San Rafael, está limpio y bien cuidado. Hay otros grupos de huéspedes, la mayoría compuestos por parejas de cierta edad, y algunos viajeros sueltos, como ese matrimonio argentino con tres hijos rubios y espigados, dos chicos y una niña más pequeña que engañan al aburrimiento con juegos privados, ausentes del mundo. Y estamos nosotros, unos cuarenta voluntarios reclutados por la Universidad Popular de Leganés para preparar clases de español para extranjeros y clases de alfabetización de adultos. En el primer grupo, la mayoría son maestras jubiladas o amas de casa con tiempo libre. Otros son estudiantes o jóvenes que llevan poco tiempo trabajando. Los menos somos varones de mediana edad que hasta ahora no sabíamos cómo ayudar. Las clases de español parecen algo asequible y relativamente aséptico. Hay esa sensación de que cualquier hablante puede enseñar su lengua.

Como nos explica un monitor, la idea de las Universidades populares surge de la izquierda con objetivos recreativos y de educación de adultos, aunque se después han mantenido bajo administraciones de todo signo político. Las importó Ignacio Sotelo de Alemania (recuerdo para mí las holandesas, que hacían feroz competencia al Instituto Cervantes con clases baratas de español). Otro monitor, no obstante, alude a la falta de «esperanza» para la institución bajo el gobierno conservador. Una voluntaria responde detallando lo que hace la Comunidad de Madrid en materia de integración de inmigrantes y en particular sobre el aprendizaje de la lengua: no todo, por tanto, es «desesperanza». «Cada uno tiene su modelo social», termina el monitor; «nosotros preferimos este».

No hay más política durante el fin de semana. Pero a medida que se crea confianza, en las conversaciones aparecen los matices sobre los inmigrantes y su integración. Hay unanimidad mientras la cuestión no sale de las mujeres marroquíes. Luego se ve que no toda la preocupación por la integración de los extranjeros es bienpensante o surge de la compasión. Tampoco hay una idea clara del modelo multicultural, intercultural o  pluricultural que se persigue, ni de cuáles son los medios más eficaces para alcanzarlo. Aquí estamos para ayudar a los inmigrantes a aprender la lengua, que tan necesaria les resulta para encontrar trabajo, para desenvolverse en España. Pero está claro que hay algo más. Se trata de educar «en valores» y se piensa en las comunidades a las que más cuesta integrarse culturalmente. Alguien dice, durante el simulacro de preparación de una clase: esta discusión es una réplica de la de educación para la ciudadanía; ¿ha de ser transversal y más o menos invisible o debe hacerse explícita y doctrinal con el riesgo de ahuyentar a sus destinatarios?.

En el fondo, da igual. A la hora de la aplicación práctica, hay poco margen de acción y se hace lo que se puede, que siempre se parece mucho lo haga quien lo haga. Lo importante es la conciencia de que hay un problema, una necesidad, y esa es común. Dominan los buenos sentimientos y las ganas de ayudar, de sentirse bien ayudando. Se habla de dar y de que es más importante recibir; no de exigir nada a cambio ni de las obligaciones del destinatario de la ayuda. Se confiesa que bajo todo impulso altruista se esconde algún egoísmo, algún interés personal; no importa reconocerlo. Es como si, reconociéndolo, fuera más limpio nuestro paso al frente. ¿No es todo esto característico de España? ¿Dónde si no se podría haber sacado la foto del joven guardia civil abrazando con una manta al africano aterido, en una playa de Canarias? ¿Será este método intuitivo, inutilitario, antipuritano, el más eficaz? ¿O nos pondrá al final del día entre la espada y la pared?

Las sesiones de formación son básicas, aceleradas. Parecen destinadas más a mentalizar a los voluntarios de lo que se van a encontrar (sin duda muchos ni lo imaginamos) que a dar una formación específica en enseñanza de español lengua extranjera (lo que sería imposible en tan poco tiempo y con objetivos tan dispares). Datos sobre la inmigración en Leganés, que con su 13,9 por ciento está ligeramente por debajo de la media madrileña. Mayoría de sudamericanos, marroquíes y europeos del este. Un ingeniero social no hubiera proyectado mejor distribución para diluir el predominio de un grupo dado. De todas maneras, no se evita el efecto de compartimentación a pequeña escala. Las diferentes comunidades no se mezclan entre sí, no juegan al fútbol juntas ni obligadas por el Ayuntamiento.

La sesión sobre materiales para la clase es casi contraproducente: ¿dónde elegir entre tanta variedad? ¿No sería mejor utilizar todos el mismo método? En cambio, las experiencias de los monitores de años pasados ayudan mucho a imaginar la tarea que nos espera. Ladys enseña sus diapositivas, que elaboró para las clases a mujeres marroquíes: mucho trabajo que pone generosamente a disposición de todos. También es útil el trabajo de preparación de unidades didácticas para clases de distintos niveles, que hacemos por grupos, ayudados por un veterano. Pero sin duda lo que más contribuye a ponernos en situación es la lección de asante.

Asante, llama Adams a esta lengua africana, el dialecto más hablado por los akan, etnia dominante en Ghana. Durante 20 desasosegantes minutos nos piden que adoptemos el rol de alumnos en una clase de asante para absolute beginners. El profesor sólo se expresa en esa lengua. No entendemos nada. Dice frases y nos hace gestos para que repitamos o contestemos. Esfuerzo, impotencia, risas nerviosas, bromas de escape. No aprendemos nada de asante, pero sí a imaginarnos cómo se sienten los principiantes cuando no saben nada de una lengua. Nos da una pista sobre lo que hay que hacer, o mejor, lo que no hay que hacer si quieres que los alumnos vuelvan al día siguiente.

Al día siguiente.

 

Imágenes: mapa lingüístico de Ghana de www.ethnologue.com, y foto de Adams por el autor con un Nokia 6151.